SOMOS HIJOS DE LA LLUVIA.
Existimos en una minúscula, delgadísima lámina de realidad
entre el abismo abrasador y el cosmos helado: la biosfera terrestre. Resulta
difícil enfatizar lo muy pequeño y estrecho que es este lugar: apenas se extiende
desde un poco por debajo del fondo de los océanos hasta la zona alta de la
estratosfera. En un universo de miles de millones de años-luz, en un planeta
con casi trece mil kilómetros de diámetro, eso son sólo cincuenta mil metros,
paso arriba, paso abajo.
Todo lo que somos, casi todo lo que amamos, existe en esa
estrechísima franja vertical de cincuenta kilómetros. Como de Madrid a
Aranjuez. O de Barcelona a Manresa. O de Buenos Aires a Colonia Sacramento. O
de Valencia a Burriana. Si fuera horizontal, se podría recorrer de punta a
punta con el metro. O con el cercanías.
Nuestra historia comenzó con la lluvia. Fue el día en que en la Tierra comenzó a llover los gases producidos durante su formación
cuando se sentaron las bases de la vida. De manera muy destacada, un gas
relativamente común en el universo que se vuelve líquido por debajo de 100 ºC
de temperatura: el agua, resultado de la combinación entre el hidrógeno y el
oxígeno. El hidrógeno (específicamente el hidrógeno-1) es el elemento más común
de este universo, y la inmensa mayor parte de la materia que se generó durante
el Big Bang. Después viene el helio, que es un gas noble y apenas reacciona con
otras cosas. Y a continuación el oxígeno (oxígeno-16): el tercero más común de
nuestra galaxia. Esta abundancia de hidrógeno y oxígeno, que se combinan
fácilmente en forma de H2O, hacen que el agua sea frecuente en nuestro sistema
solar y en todas partes en general. Es agua entre el 55% y el 78% de lo que
eres, soy, somos.
Así pues, conforme la temperatura del planeta fue
descendiendo después de la formación del sistema solar, el vapor de agua
alrededor de la Tierra pasó a estado líquido y comenzó a llover. Las
depresiones y simas empezaron a llenarse de agua, formando ríos y mares y
océanos. Así comenzó nuestra historia.
Pues el agua presenta muchas otras propiedades interesantes,
y la más importante de ellas para la vida es su cualidad de disolvente
universal a temperaturas planetarias bastante típicas y compatibles con la
química del carbono (que es el cuarto elemento más corriente del universo). Son
muchos los átomos y moléculas que se dispersan fácilmente por el seno del agua,
permitiendo su fácil contacto, interacción y combinación. Así fueron surgiendo
en la Tierra (y es de presumir que en muchos otros lugares) moléculas cada vez
más complejas.
Entre estas moléculas se encuentran los aminoácidos. Un
aminoácido no es mucho más que un átomo de nitrógeno (el séptimo más corriente
de la galaxia) y otro de hidrógeno (el más común) enlazados químicamente con
oxígeno (el tercero más habitual), carbono (el sexto) y una cantidad variable
de átomos menos frecuentes, pero aún así abundantes. Nada fuera de lo
ordinario, como vemos: son sólo combinaciones químicas vulgares de los
elementos más comunes en nuestro universo, nuestra galaxia y nuestro sistema
solar, muy facilitada por hallarse disueltos en el agua líquida de los mares
terrestres (y seguramente de muchos más sitios). Glicina, alanina, triptófano,
cosas así de sencillas. En las cercanías de los volcanes submarinos, al haber
más temperatura y movimiento, estas reacciones se producen de manera extensiva
y acelerada; pero en general suceden por todas partes.
Los aminoácidos, con el paso del tiempo, se recombinan a su vez
en cadenas de átomos más largas y complejas, que llamamos proteínas. No son
especialmente complicadas: sólo largas tiras de aminoácidos enganchados
químicamente. Si siguen reaccionando y combinándose durante más tiempo
(hablamos de cientos de millones de años), algunas de estas proteínas terminan
formando cadenas enormes, muy liosas y relativamente inestables por su misma
complejidad. Se rompen con facilidad, a lo largo de sus uniones químicas menos
estables. Entonces, los fragmentos desestabilizados tienden a atraer nuevos
átomos de esos tan corrientes, con el resultado de formar cadenas nuevas con
una forma parecida a la anterior. Una y otra vez.
Eso son ya reacciones biológicas. Eso es la vida.
La vida no son más que estas cadenas moleculares de átomos
corrientes en la galaxia rompiéndose y reproduciéndose a sí mismas
continuamente dentro de un entorno de agua común. Con el paso del tiempo (más
cientos de millones de años) se van volviendo más y más complicadas,
estableciendo nuevos tipos de uniones y combinaciones, hasta formar células,
seres pluricelulares, plantas, animales, tú y yo y nosotros.
A lo largo de los eones, estas cadenas de átomos corrientes
han ido recogiendo por ahí otros más raros (pero aún así, nada infrecuentes).
Tu cuerpo y el mío están así formados de los muy vulgares oxígeno (65%),
carbono (18%), hidrógeno (10%) y nitrógeno (3%); la mayor parte, en forma de
agua (hidrógeno + oxígeno) y bases aminoácidas (nitrógeno, hidrógeno, oxígeno,
carbono). El resto de las cosas que hemos ido pillando por ahí a lo largo de la
larguísima historia de la vida son calcio (1,5%), fósforo (1,2%), potasio
(0,25%), azufre (0,25%), cloro (0,15%), sodio (0,15%), magnesio (0,05%), hierro
(0,006%), flúor (0,0037%) y otros cuantos más en cantidades marginales, hasta
un total de sesenta elementos sobre los aproximadamente cien que se dan de
forma natural en el universo, en la galaxia y en el sistema solar.
En la historia de la vida, las invaginaciones en el abdomen
inferior de los seres pluricelulares son muy anteriores a las proyecciones.
Cuando esta historia se reproduce en el desarrollo embrionario, como vimos en
el post anterior, ocurre lo mismo (¿te has fijado alguna vez en esa especie de
costurón o cicatriz que hay a lo largo de los genitales de los chicos, por la
parte de abajo? Se llama el rafe, y no es otra cosa que el cierre de la
invaginación primigenia –no muy fino; un buen cirujano lo haría mejor–). Como
todos tuvimos raja antes que ninguna otra cosa (en la historia de la vida y en
nuestra historia personal), y pudimos surgir porque empezó a llover, a mí me
gusta decir que todos y todas somos hijos de la lluvia.
Cada vez que nos empapemos de lluvia...
fuente: La pizarra de Yuri